miércoles, 6 de noviembre de 2013

La leyenda de "Los tristes silbidos" de los caballeros de Jerez

 
Extraído del libro “Codex Templi” un texto de D. Santiago Soler Seguí, investigador histórico especialista en castellología medieval.
 
Cuentan que los caballeros degollados en Jerez fueron los últimos templarios. Y que antes de morir, juntos como hermanos, hicieron un solemne juramento. Cada uno de ellos juró en nombre de Dios y del Templo de Salomón que volvería de su tumba para galopar en su caballo hacia los Santos Lugares y proteger de nuevo los caminos y defender a los peregrinos. Y cuentan que, en las noches sin luna, cuando el cielo está oscuro como boca de lobo, al sonar las doce campanadas, los últimos caballeros templarios de Jerez de los Caballeros regresan de sus tumbas, regresan de la muerte, blandiendo sus espadas, preparados para acudir a Tierra Santa, para proteger a los peregrinos de los bandidos; para cumplir un juramento.
Nunca nadie ha visto a los caballeros que dieron honor y gloria a la villa. Nunca nadie ha visto el brillar de sus armas, ni el de sus armaduras; nadie ha visto sus pendones, ni sus túnicas blancas, ni sus cruces rojas; nunca nadie vio nada; nunca. Pero dicen que muchas noches sin luna, cuando el cielo más negro está, cuando resuenan las doce campanadas, todo entra en silencio; todo se detiene y, entonces, se les oye silbar. Silban; silban sin descanso, llamando a sus... cabalgaduras. Silban. Y en el castillo que fue del Temple, que vigila Jerez desde el cerro más alto, reverberan los silbidos en un eco estremecedor que resuena
en el aire hasta el amanecer; hasta que aparece el primer rayo de sol; hasta que de nuevo el cielo recupera su color de vida, y el negro de muerte desaparece del horizonte, cuando la “Santa Compaña Templaria” se retira a su triste lugar de descanso; cuando se retira a la Torre Sangrienta, porque los caballos no han acudido a su llamada. Entristecidos caballeros. Incapaces de cumplir su juramento.

 
Y llega el silencio, en el mismo momento en el que alumbran las primeras luces del día.
El poeta Francisco Redondo ha creado el ambiente melancólico de la antigua fortaleza templaria en algunos versos especialmente sentidos:
 
“Por el tiempo maltratada,
por todos abandonada,
cumpliendo horrible condena…
Se ven en las noches lluviosas
vagar sombras misteriosas
por sus quebradas almenas”.

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