lunes, 28 de mayo de 2012

TEMPLARIOS



 
El  13 de octubre de 1307, el rey Felipe IV de Francia decidió por cuenta propia ordenar la detención de todos los templarios y el requisamiento de todos sus bienes, acusándolos de herejía, sodomía y adoración de ídolos paganos. Aún así, el Papa Clemente V tardaría unos cuantos años en apoyar la disolución definitiva de la Orden, en lo que muchos han considerado una conspiración para acabar con el enorme e incómodo poder que había adquirido la misma y que, entre otras cosas, tenía endeudado al rey francés. Hasta entonces, los templarios habían sido, durante casi dos siglos, modelo y ejemplo del buen hacer cristiano.
Según la historia oficial, nueve caballeros llegaron a Jerusalén en el año 1118 para ofrecer sus servicios al rey Balduino como protectores de los cristianos que viajaban a...
Tierra Santa y contribuir a la defensa de la ciudad. A estos nueve valientes capaces ellos solos de tal misión no se les conoce, sin embargo, acción de combate alguna, pues vivieron recluidos en un ala del palacio de Balduino, construido sobre las antiguas ruinas del Templo de Salomón.
Como apunta Louis Charpentier en El enigma de la Catedral de Chartres, si aquellos nueve caballeros, que se presentaban como grupo independiente, pues hasta 1128 no se les concedería el título de Orden, hubieran perseguido defender a los peregrinos, lo lógico es que el rey les hubiera puesto al servicio de los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén, que para eso estaban. El caso es que, lejos de tal lógica, estos tipos vivirán durante nueve años en los sótanos de palacio, sobre las ruinas del Templo, aislados por voluntad propia y con el beneplácito del rey. ¿Haciendo qué?
 
Pero antes hay otra pregunta. ¿De dónde venían y quiénes eran tales caballeros que gozaron del más exquisito trato por parte de Balduino? Todo apunta a la región de Champaña, al norte de Francia, y a una ciudad, Troyes. Allí se celebró en el año 1104 una reunión de grandes nobles en la que participaron Hugues de Payen, uno de los nueve caballeros y a la postre primer Gran Maestre del Temple, y André de Montbard, otro de los nueve, tío del que luego sería el personaje clave de toda esta historia: Bernardo de Claraval, refundador de la Orden del Císter y quien la llevó a su máximo esplendor. Precisamente, el Císter será la orden responsable del...

sábado, 12 de mayo de 2012

Templarios en España

Publicado  por Javier García Blanco en sapiens.com
Nacieron con la finalidad de proteger a los peregrinos que visitaban Tierra Santa, pero pronto su influencia se extendió por todo el mundo cristiano. A diferencia de lo que ocurrió en otros reinos europeos, donde se limitaron a recaudar fondos y reclutar nuevas espadas, los caballeros del Temple encontraron en la Península Ibérica un escenario no muy distinto al de las lejanas tierras de Ultramar.
Corre el mes de junio de 1308. Frey Pedro Rovira, caballero templario en la Corona de Aragón, lleva medio año refugiado tras los muros del castillo que la orden posee en Libros, a orillas del río Turia, en la provincia de Teruel. No es difícil imaginar la soledad y el desánimo que embargan el corazón del templario. Hace menos de un año, en octubre de 1307, el monarca francés Felipe IV detuvo por sorpresa a sus hermanos de la orden en el país vecino, bajo terribles e injustas acusaciones de herejía. Poco después, en diciembre, ocurrió lo impensable. El rey de la Corona de Aragón, Jaime II, a quien tan buenos servicios habían prestado, siguió el ejemplo de Felipe IV y ordenó detener a todos los templarios de la Corona y confiscar sus bienes. Algunos hermanos, entre ellos el maestre provincial –frey Ximeno de Landa–, no tuvieron tiempo de reaccionar y fueron apresados de inmediato. Otros, como el propio Rovira, consiguieron atrincherarse en alguna de las fortalezas de la orden y resisten como pueden el duro asedio al que les someten las tropas del rey. Sin embargo, la soledad del templario Rovira es doble: a la rabia que le consume por saberse víctima de una injusticia, se suma el hecho de ser el único hermano que resiste allí, pues sólo cuenta con la ayuda de un puñado de seglares fieles a la orden.
Unas semanas más tarde, vencido ya por el hambre, la fatiga y el desánimo, el heroico frey Pedro Rovira rendirá la plaza a las tropas reales, siendo detenido y conducido hasta La Alfambra. Algunos de sus hermanos, repartidos por distintas fortalezas del Temple como Miravet, Ascó, Monzón o Chalamera, resistirán aún varios meses más, antes de la rendición definitiva. Son los últimos momentos de la Orden del Temple, cuya historia apenas se había prolongado durante dos siglos, pero que ya había conseguido dejar una huella imborrable en la Península Ibérica.
EL AMANECER DEL TEMPLE
La llegada de los templarios a los reinos peninsulares se produjo en fechas muy tempranas. De hecho, ya en marzo de 1128 –apenas ocho años después de la fundación de la orden en Jerusalén y varios meses antes del Concilio de Troyes, en el que se confirmará su regla– la condesa de Portugal, doña Teresa, hace una importante donación al templario Raimundo Bernardo: el castillo de Soure, en Braga.
La siguiente noticia que se posee sobre la orden se remonta a julio de 1131, cuando el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, ingresa en el Temple poco antes de fallecer, tras haber donado también a los caballeros un castillo, el de Granyena (Lleida). Un año más tarde otro conde, Armengol de Urgel, hace lo propio al entregar en manos templarias la fortaleza tarraconense de Barberá. La entrega de las tres fortalezas en los territorios de Portugal y Cataluña posee un elemento común: todas ellas se encuentran en primera línea del frente contra los musulmanes, y en todos los casos los donantes las ceden con la intención de que la joven orden se implique de forma activa en la defensa de los territorios cristianos de la península. Esta será, precisamente, la principal diferencia entre la presencia del Temple en los reinos hispánicos  y el resto de las posesiones de la orden en otros lugares de Europa: pese a las reticencias iniciales, los templarios de la península participarán en los esfuerzos de la Reconquista, como si aquellas tierras amenazadas por los musulmanes fueran un reflejo de Tierra Santa en Occidente.
Coincidiendo con aquellas primeras donaciones iba a tener lugar uno de los principales hitos dentro de la historia del Temple en la península. En 1131 el rey Alfonso I el Batallador dictaba su testamento en el que, inesperadamente, dejaba todas sus posesiones en manos de las tres órdenes militares de Tierra Santa: Santo Sepulcro, Temple y Hospital. Con la muerte del monarca en 1134, sin embargo, el testamento no llegará a hacerse efectivo. Los nobles navarros y aragoneses se niegan tajantemente a su cumplimiento, nombrando los primeros a García Ramírez como monarca, y los segundos a Ramiro, hermano del Batallador y en esas fechas obispo de Roda-Barbastro. Por su parte, y vista la delicada situación, las tres órdenes prefieren mostrar un prudente silencio, aunque sin renunciar a sus derechos. Ramiro II el Monje asciende al trono y no tarda en contraer matrimonio con Inés de Poitou. El nacimiento de la hija de ambos, Petronila, permitirá a su padre entregarla en esponsales a Ramón Berenguer IV, que a partir de ese momento añadirá el título de príncipe de Aragón al de conde de Barcelona.
Documentos en los que se reflejan las distintas posesiones de la orden del Temple en la península. Crédito: PARES.
Con Ramiro apartado de la política y entregado por completo a su vida espiritual –aunque conservando título y corona–, será el conde de Barcelona quien tenga que solucionar el problema del testamento del Batallador. Primero alcanzó un pacto con el Hospital y el Santo Sepulcro en 1140 y, ya tres años después, logrará un acuerdo con el Temple, sin duda mucho más sustancioso para la orden. A través de este acuerdo especial con los templarios, Ramón Berenguer IV se comprometía a donar a los caballeros numerosas propiedades, además de varios castillos en Aragón y Cataluña (entre ellos los de Monzón, Mongay, Barberá, Chalamera, Borgins y Remolins) con sus respectivos vasallos, rentas y propiedades.
Pero, además, el conde de Barcelona les otorgó también el derecho sobre el quinto de todo lo conquistado durante las campañas militares contra los musulmanes, así como un diezmo de todas sus rentas. Todo ello, posiblemente, a cambio de que renunciaran a su parte del testamento, pero también como agradecimiento por su participación en la conquista de Tortosa (1138). Poco después, los freires del Temple contribuirían también a la toma de Lérida, Fraga y Mequinenza (1149) así como al asedio y rendición de Miravet, ya en 1153. Para esas fechas concluía ya la primera fase de la participación templaria en la Reconquista. Al menos en la Corona de Aragón, donde las tropas cristianas, con una ayuda nada despreciable de los templarios, se habían hecho con el control de los valles del Ebro y del...

domingo, 6 de mayo de 2012

MISTERIOS TEMPLARIOS


A partir de la disolución de la orden, parece haber datos para poder afirmar que el Temple «resurgió secretamente en el mismo momento de la muerte de Molay», que se eligió un nuevo maestre y que todo siguió su curso, subterráneamente.
En los siglos posteriores, bien es cierto, se crearon órdenes, logias y sociedades secretas relacionadas con otras ya existentes de trayectoria esotérico-mística (rosacruces, gnósticos,cataros) y con la francmasonería, que han recurrido en mayor o menor medida al mito templario, en su denominación, formas, ideales o presupuestos ideológicos y base doctrinal, y que van desde las que se contentan con la simple imitación hasta las que, arrogándose el derecho de ser las auténticas sucesoras de la Orden del Templo de Salomón, resultan en su trayectoria ideológica completamente opuestas a lo que los historiadores y estudiosos consideran templarismo.
Según parece, el Temple pervivió desde la muerte de Molay hasta el siglo XVIII, aunque como sociedad secreta, pues se conocen los nombres de los grandes maestres. Según M. Druon, los templarios fueron los promotores en Francia de las cofradías, que a su vez dieron origen a la...

martes, 1 de mayo de 2012

MUDÉJAR EN JEREZ DE LOS CABALLEROS. BADAJOZ

 Iglesia de San Bartolomé.

Junto a los recuerdos templarios, Jerez de los Caballeros (Badajoz) nos recuerda la pervivencia que tuvo el mudéjar, especialmente en el sur, que supo integrarse perfectamente en un barroco sensual y lleno de color, reutilizando el ladrillo y la cerámica más como una seña de identidad que como parte de un estilo. (Algo semejante a lo que podemos observar en algunas obras de Figueroa en Sevilla, como la Encarnación)
Concretamente las dos obras que os muestro tienen orígenes tardogóticos que sufren numerosas reformas hasta llegar a su culminación en la segunda mitad del siglo XVIII, ya con muchos rasgos barrocos y rococó.
Disfrutad de una forma tan sensual y hedonista de concebir la arquitectura


San Miguel Arcángel 
Iglesia de San Bartolomé.

Iglesia de San Bartolomé.

Iglesia de San Bartolomé.