Guerreros templarios
Durante los casi doscientos años de existencia de la Orden, otros muchos templarios nacidos en la Península Ibérica empuñaron sus armas para enfrentarse a los musulmanes, ya fuera en suelo peninsular –la mayor parte de las veces– o en territorios de Tierra Santa –las menos–. En todo caso, los freires del Temple procuraron siempre hacer honor a la fama que se habían forjado. No en vano, la mayor parte de los cronistas de su época coincidían al señalar que los templarios “eran los primeros en atacar y los últimos en retirarse”.
Por Javier García Blanco
Célebres por su habilidad con la
espada y su exitosa estrategia en el frente, los caballeros de la Orden
del Temple desarrollaron una destacada labor en el campo de batalla, ya
fuera en Tierra Santa o en las luchas contra los musulmanes de la
Península Ibérica.
A finales del siglo XIII, los Estados
latinos de Oriente llevan años en franca decadencia, sufriendo cada poco
los envites de las tropas sarracenas. El sultán Baibars –que había
alcanzado el poder en 1260– y sus sucesores, han ido conquistando una a
una las distintas plazas cristianas. El primer enclave en caer fue el
principado de Antioquía, en 1268, y tres años después la en apariencia
inexpugnable fortaleza hospitalaria del Crac de los Caballeros.
En abril de 1289 parece haberle llegado
el turno a Trípoli. La ciudad cruzada, que ha permanecido durante 180
años en manos cristianas, lleva más de un mes sitiada por las tropas
sarracenas del sultán Qalawun. Las fuerzas de la ciudad, en manos de Lucía de Trípoli, habían sido advertidas del peligro por Guillaume de Beaujeu,
Maestre del Temple, pero su aviso fue ignorado. Ahora es demasiado
tarde. A pesar de las tropas hospitalarias, templarias, francesas y
chipriotas que han llegado en auxilio, dos de las torres principales han
caído ya y una multitud intenta huir antes de probar el temible filo
sarraceno.
Doña Lucía, los mariscales del Temple y del Hospital, así como el Senescal de Jerusalén –Sir John de Grailly–,
logran escapar, mientras el resto de la población espera con terror su
inminente final. Aunque la mayor parte de los defensores ha huido, unos
pocos valientes intentan resistir los ataques de los infieles. Entre
ellos destacan dos caballeros vestidos de blanco y con una cruz roja
sobre su hombro izquierdo. Sus nombres: Pedro de Moncada y Guillermo de Cardona.
El primero de ellos había ocupado el puesto de Maestre provincial de
Aragón entre 1279 y 1282. Los dos hermanos de orden pelean con fiereza,
lanzando una y otra vez tajos con sus espadas, pero las brechas en las
murallas son ya incontrolables y los templarios sucumben sin remedio
ante la hueste sarracena.
CABALLEROS DE CRISTODurante los casi doscientos años de existencia de la Orden, otros muchos templarios nacidos en la Península Ibérica empuñaron sus armas para enfrentarse a los musulmanes, ya fuera en suelo peninsular –la mayor parte de las veces– o en territorios de Tierra Santa –las menos–. En todo caso, los freires del Temple procuraron siempre hacer honor a la fama que se habían forjado. No en vano, la mayor parte de los cronistas de su época coincidían al señalar que los templarios “eran los primeros en atacar y los últimos en retirarse”.
Guerreros templarios, durante una recreación histórica | Crédito: Paul Bratcher / Flickr! (Licencia CC)
El caso de Moncada y Cardona es buen
ejemplo de ello. Abandonados a su suerte, y seguros como estaban de que
la resistencia era imposible, aquellos caballeros decidieron mantener su
posición hasta el final. Experiencia no les faltaba, acostumbrados como
estaban a luchar contra el “infiel” en las escaramuzas y batallas que
se prodigaban en la Península. El propio Pedro de Moncada, algunos años
atrás, había tenido oportunidad de vivir una experiencia similar, aunque
entonces la aventura terminó con mejor fortuna.
Corría el mes de junio de 1276 y, aunque ya hacía muchos años que el rey Jaime I
había conquistado Valencia, la población mudéjar protagonizaba de vez
en cuando rebeliones alimentadas desde el reino de Granada. En aquella
época, un grupo de rebeldes mudéjares, formado por más de mil hombres a
caballo, alzaron las armas contra el monarca aragonés, tomando el
control de varias localidades. El rey, ya anciano, se encontraba
enfermo, y fueron las tropas de Don García Ortiz de Azagra y otros caballeros –entre los que se contaban el maestre templario Pedro de Moncada y su hermano Guillén Ramón– quienes acudieron a sofocar la revuelta. En total la hueste cristiana, según las crónicas, estaba compuesta por unos doscientos caballeros y más de quinientos soldados. Una cifra que, a la...